Tammy Gorodezky
Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi adorada Tía Vivi es ella sentada junto a mí en la mesa de la cocina de su casa; yo dibujaba con colores y papel que me había dado ella (y que probablemente eran demasiado para los garabatos de una niña de cinco años) mientras ella me enseñaba sus propias obras de arte que, a la fecha, me siguen impresionando.
Recuerdo que sonaba una canción de Enya que ella me había enseñado y que a las dos nos gustaba mucho (ahora sé que es “Only Time” y la escucho para relajarme), y yo le pedía a mi tía más jarabe de propóleo que siempre tenía en su casa y a mí me encantaba. Terminé mi dibujo de un búho y, aunque estuviera bastante abstracto y hecho por una niña pequeña, mi tía me felicitó y me dio algunos consejos de cómo mejorar; ese momento marcó mi vida y mi decisión de seguir creando arte y mejorar por el simple gusto de hacerlo.
También tuve la oportunidad de tomar clases de pintura junto con mi tía bajo la enseñanza de la maestra Eugenia Vives y debo confesar que, a pesar de ser una gran maestra y artista, los cuadros de mi tía siempre me gustaron más.
Mi tía Vivi siempre y va a estar presente en muchos aspectos de mi vida, pero el más notorio es en cada trazo y cada pincelada de todas las creaciones (como ella les decía) que he hecho y vaya a hacer en el futuro.
Estar con mi tía era entrar en un mundo de fantasía, música y arte, además de que la cara de mi tía siempre me recordó a la de la animación clásica de Cenicienta de Disney; la princesa más bonita de todas.
Tammy Gorodezky